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martes, 11 noviembre 2025 / Published in Cuentos

EL HOMBRE DEL SOMBRERO NEGRO

 

El sueño cae más rápido en verano, el cuerpo sudoroso encuentra alivio en el viento mecánico del ventilador y el silencio cansino del vecindario los venció a ambos. Entreabrió sus ojos sintiendo que alguien estaba en la planta baja. Se incorporó de la cama y prestó atención, no había ruidos, pero sentía que no estaban solos; agudizó todos sus instintos sin lograr escuchar nada. Pero la certeza de una presencia se le hizo sentir en la piel, en su estómago.

Decidió bajar y en ese instante el niño se paró sobre la cama apoyándose en su espalda, abrazándola. No dijo nada, pero su madre sabía que quería ir con ella.

Le dijo o lo pensó: —Quédate acá, no te muevas, amor.

Y se levantó yendo hacia las escaleras. No había nada,  pero alguien estaba allí, esta vez alejándose, bajando las escaleras.  Ella intentó avanzar más rápido, pero no lo lograba; el esfuerzo por mover sus piernas más rápido las volvía más lentas. Logró llegar a la planta baja y vio cómo se cerraba la puerta.

Avanzó temerosa, pero urgida por la necesidad de saber, ver o entender la amenaza que sentía sobre ellos.

Llegó a la puerta; sabía que la demora en abrirla haría que no pudiese ver quién había entrado a su casa, sin permiso, sin darse a conocer ni para qué lo había hecho, como un ladrón o un malviviente. Porque esa presencia no era conocida, nadie tenía las llaves de su casa, su exmarido jamás haría algo así sin sentido, no podía ser…

¿Quién era? Atisbó por la mirilla de la puerta de entrada, vio que se abría la del ascensor, la cual era de madera maciza y se abría hacia el pasillo para permitir la entrada al interior, Y ahí estaba.

Lo percibió alto, vio el ala final del sombrero negro, pero todo su cuerpo lo había ocultado la puerta. Fue lo último que vio.

Abrió los ojos bañada en sudor, el ventilador le hacía frío en la piel. El niño dormía aún; tranquilo y bello como toda madre amante ve a su hijo. Y se dio cuenta; había tenido una pesadilla.  Suspiró aliviada, prometiéndose a sí misma no ver más películas de suspenso por las noches; evidentemente le generaba sueños perturbadores.

Decidió dejar descansar un rato más al pequeño mientras ella se despabilaba refrescándose un poco. Fue a la cocina y empezó a hacer una merienda para ambos, algo más dulce de lo habitual para endulzar el sabor amargo que le había dejado la siesta.

El niño se despertó y venía bajando las escaleras gustoso por tomar un vaso de leche fría con galletas. Se sentaron a la mesa; ella se había olvidado del mal sueño y pensaba en preparar el baño para el niño.

Mientras el pequeño, ya casi acabando el vaso de leche, le pregunta: —Mami,  por qué no me dejaste bajar contigo a ver al señor del sombrero?

 

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