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jueves, 09 octubre 2025 / Published in Cuentos

El microcentro financiero de Buenos Aires despedía a sus rapaces empleados a las cinco y cuarto de la tarde, abarrotando los subtes de todas las líneas. Algunos decantaban la adrenalina de la bolsa de comercio en los after eight de la zona. Juan hacía dos horas que esperaba, luego de su última clase, cerca de allí, donde enseñaba filosofía, a su amante y alumna de uno de sus talleres filosóficos. Una joven llena de vida e ingenuidad en sus veintitantos años. Él apenas le llevaba unos siete años, entrando a ese número fatal que determinaba que dejaba la plena juventud, los treinta años. Número determinante que le generaba dudas a su idea de amor libre que ostentaba desde hacía años atrás. La joven se llamaba Gabriela; llegó alegre y excitada por contarle lo bien que le había ido en su trabajo como empleada bancaria, ese día. Le dio un beso rápido y se sentó frente a él desparramando abrigo, cartera y agenda por la silla y la mesa, invadiendo la soledad y tranquilidad que Juan había compartido consigo mismo horas antes.

 —¿A que no sabes hoy qué me ha sucedido? —le dijo ella rompiendo con esas primeras palabras el silencio.

—Si no me cuentas, ni idea. Por ahora, telépata ni adivino están en mi currículum —divertido le contestó mientras llamaba con un gesto al mozo para pedir algo de beber a su amante.

—¿Te acordás de Susana? La gerenta de mi oficina.

—Sí, claro, la fiestera cuarentona que persigue jóvenes.

—¡Tal cual! Resulta que para festejar el Día del Bancario reservó un barco en Puerto Madero para hacer la fiesta con toda la oficina. Y contrató barra libre de alcohol.

—Parece que quiere festejar a lo grande; buen momento para salir a cazar una presa.

—Bueno, no lo sé. El tema es que me eligió para que lo organicemos juntas. Tenemos que armar los grupos para cada mesa, teniendo en cuenta afinidades e incluye —se rio con picardía y complicidad— los romances que abundan en la oficina.

–¿No crees que más que una fiesta de trabajo parece un Tinder de citas obligadas?

—¡Lo dice el que profesa el amor libre! Pareces mi padre con esa objeción.

—No es una objeción, es una apreciación. Solo que me resulta manipulador e inmaduro por parte de tu jefa.

—A mí me parece divertido. No es la gran cosa. Son relaciones que solo se mostrarán más relajadamente y sin el sesgo del marco laboral. ¿Por qué te pone tan serio esto?

—La verdad no lo sé, parece una juntada adolescente.

 El mozo trajo los bocadillos y una copa para la joven, el silencio del momento fue un quiebre en el ánimo de ambos. Algo en las sombras había surgido y crecería aún más.

Pasó el fin de semana,  Juan no sabía nada de su amante. Cinco mensajes en el WhatsApp tenían el visto clavado, la indiferencia tecnológica.

El lunes después del taller se fue al After Eight,  dos horas antes, como siempre, de que la joven saliera de su trabajo. 

Se sentó en una mesa junto a la ventana, pidió un café y el celular le avisó que había llegado un mensaje. Recordó que debía avisarle a Gabriela que la esperaba. Abrió el WhatsApp; ella le había escrito. Transmisión de pensamiento, se dijo contento para sí.

Abrió el mensaje:

—Fue muy lindo conocerte. Espero que sigamos como amigos. La realidad es que no soy de este planeta, estoy aquí como avanzada de la legión que pronto llegará a la Tierra. Mis intenciones no eran buenas contigo, pero te he tomado cariño. Me he dado un banquete en el estúpido crucero que organicé con la que fuera mi jefa. Tenía un buen sabor. Aunque era bastante tonta. Eres muy insulso, no me dan ganas de comerte. Así que te dejo libre y espero que sobrevivas para cuando colonicemos todo el planeta. Suerte.

 Juan no daba crédito a lo que estaba leyendo; qué injusta era la vida. Cuando llegó el mozo con el café, sintió la necesidad de hablar con alguien, que alguien le escuchara el vacío que sentía en el estómago. El asombro que daba paso a una orfandad en su alma. Y ahí estaba el mozo, el primer ser humano después de este golpe.

—Increíble, no sabe lo que me pasó.

El mozo apoyó la taza de café y unos saquitos de azúcar, lo miró como compadeciéndose y dándole el pie a que continuara con su relato o su explicación o su exclamación o lo que fuera que quisiera decir otro nostálgico cliente más, en un bar de Buenos Aires.

 Juan abrió sus sentimientos como pudo.

—Es increíble, nunca me habían plantado de esta manera. Con un mensaje. Es una ingrata, aunque sea un alienígena. ¿¡¡¡Quién se cree para decirme que no sirvo ni para que me coma!!!?

 

 

 

Un café después del trabajo © 2025 por marcela noemí ruiz tiene licencia CC BY-NC-ND 4.0

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